Hoy mientras mis amigas me hacían callar en la playa, porque querían dormir, me he puesto a pensar. A escuchar música de esa que oyes y cantas a grito pelado cuando tienes quince años. A recordar momentos felices y veranos pasados. A volver a creer en la operación salida del mes de agosto. Cuando el día 1 o 15 del mes de vacaciones por antonomasia, te hacían tus padres levantarte de la cama a las 06:00 de la mañana y poner rumbo a Extremadura, a la Costa Brava, a Galicia, a Andalucía o a otros muchos destinos más. Madrugábamos para evitar caravanas y el calor, ya que el Alfa Romeo 33 no tenía aire acondicionado. Pero ese no era el mayor problema; el mayor problema era yo. No era de esas niñas que se mareaban, sino que era yo la que mareaba al resto. Hablando, contando mis historias (ya ves tu, una niña de 6 años que historias tiene para contar) o cantando todo el repertorio de canciones infantiles que había aprendido en el colegio. Hasta que mi madre ponía el radiocasete con Miguel Bosé de fondo.
Las dos paradas de rigor no nos las quitaba nadie. ¡Eso sí! en restops o municipios cercanos a la autopista donde hubiese camioneros. Mi padre es del gremio y siempre dice que si hay camiones es porque es un buen sitio. No sé si será verdad o no, o que experiencia tienes tu, pero él siempre acertaba. La primera parada era para desayunar. Camino a Andalucía, parábamos en Tembleque, un municipio perteneciente a la provincia de Toledo.
El ritual: un par de tostadas con mantequilla y mermelada, una vuelta por la preciosa plaza de Tembleque, que te la recomiendo encarecidamente, y carretera y manta.
La segunda parada era cosa de mi madre. Era quién sacaba los bocadillos que había preparado el día anterior. ¡Nos sabían a gloria! Y si no había nadie que se meara o se mareara tirábamos hasta final de trayecto.
No eran unas vacaciones muy largas, tan solo quince días que exprimíamos al máximo. Al principio íbamos cambiando de lugar. Gracias a ello, hoy puedo decir que conozco gran parte de la geografía española. Además, soy buena con la memoria fotográfica. A grandes rasgos podría hablarte de casi todas las Comunidades Autónomas, con pequeños municipios incluidos. No obstante, no me preguntes por Valencia o Murcia, porque no he estado. Lo que agradezco es que mis padres no se sumaran a la moda de comprar una segunda vivienda vacacional. No porque me parezca mal, sino porque me hubiera perdido grandes veranos. Esos en los que en la Costa Brava me hacía entender con niños alemanes y encima les instruía yo como hacer los castillos de arena.
El regreso a casa, era divertido. Una vez pasado Burgos sabías que estabas en el País Vasco, porque la manta de nubes y el xirimiri te daban la bienvenida. ¡Ongi etorri etxera!
Ahora todo esto puede sonar a chiste, al capítulo de Cuéntame cómo pasó cuando la abuela vio por primera vez el mar y quería llevarse sábanas y cubiertos al apartamento que habían alquilado en la playa. Sin embargo, ésta es la realidad de una generación. Del cambio de lo analógico a lo tecnológico, de ricos a pobres, es decir, de la crisis. De los tiempos en los que había familias adelantas que ya montaban en avión. U otras que visitan París como si de una hazaña se tratase. De cuando se podía fumar en el coche o ir sin cinturón de seguridad estirada en los asientos traseros para dormir. No hay generaciones mejores que otras, simplemente cada cual tiene que saber saborear y disfrutar sus momentos.
¡Eso sí! Sin que NADIE deje de viajar, porque como dijo Sir Francis Bacon, filósofo y escritor inglés: “Los viajes son en la juventud una parte de educación y, en la vejez, una parte de experiencia”.
Miryam Tejada
Leave a comment